Cuando mi madre estuvo de visita en nuestra casa el año pasado, marchó con un objetivo claro en su cabeza: iría comprando, poco a poco, las cosas que había ido anotando en una lista durante toda su estancia, para enviarla con mi suegra, en caso de que ella misma no pudiera traerlas. Ella no pudo venir, y mi suegra tampoco; pero las cosas de la lista las había ido comprando, como era su objetivo, poco a poco. Para cuando nos enteramos de que mi suegra no podría venir, ya la lista iba avanzada. Pero el objetivo de mi madre seguía siendo enviarla, los que nos conocen saben que a las mujeres de mi familia es imposible apartarlas de su camino cuando tienen una idea fija en la cabeza; y mi madre iba a enviar lo que compro, fuera como fuera. Hace unos días me llamó mi hermana y me dijo que enviaría por DHL las “cositas” que mami compró para los niños y para nosotros.
La caja acaba de llegar. Ustedes preguntaran, ¿qué se puede enviar de Santo Domingo a España, que aquí no lo pueda yo comprar? Les contesto, amor, mucho, mucho amor. Y es que no sólo vino en esa caja lo que el dinero compró. Esa caja vino llena de cariño y calor humano; amor de abuelos, de madre, de tías; amor de familia verdadera, esa que sabes que esta, aunque no los puedas ver, ni tocar. Es una caja llena de fe y esperanza; llena de la certeza de que no estamos solos, aún cuando algunos piensen lo contrario.
Esa caja tenía olor a café recién colado y sabor a caña de azúcar; venía impregnada de sol, arena y sal de nuestra tierra. Llegó llena de merengue, bachata y son; llena de azul, rojo y blanco; del verde de nuestro mar y el azul de nuestro cielo.
Gracias familia, no por lo que pudimos tocar y ver, sino por lo que pudimos sentir. Gracias, porque sabemos que no estamos solos. Gracias por tanto amor allende los mares.
1972
Hace 12 años